Todos los días te veo cerca de mí. A la misma hora, en el mismo lugar. Las solapas del cuello de tu abrigo están hacia arriba, tal y como te gusta que estén. Dos asientos más hacia la izquierda observo cómo cierras los ojos lentamente y te sumes en un sueño profundo mientras el autobús sigue su camino.
Llegamos a nuestro destino, caminamos juntos hasta el cruce en el que nos alejamos. Vamos por aceras diferentes en el mismo sentido, al mismo paso, pero con diferente destino. Al final de la calle te pierdo de vista, suspiro, y vuelvo a la realidad.
Seis horas más tarde te vuelvo a ver en el mismo lugar, esperando al mismo autobús de siempre. Esta vez sin abrigo, enseñando la misma camisa ajustada que llevas todos los días. Nos volvemos a sentar. Aunque no te des cuenta sigo observándote en el reflejo del cristal. El bus continúa con su camino, aunque quisiera que no acabara nunca.
Llegamos a casa un rato después, nos bajamos en la misma parada. Sin cruzar una mirada o palabra volvemos a ponernos en camino. Vuelvo a perderte de vista entre las calles, suspiro y de nuevo, vuelvo a la realidad hasta el día siguiente …
… cuando volvemos a empezar.
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