Las bombas caían desde los bombarderos que sobrevolaban la zona y estallaban contra el suelo generando ondas expansivas y grandes explosiones en los alrededores del frente de batalla. Aluviones de metralla y sangre impregnaban el aire e impedían que nada pudiera moverse o vivir a tres palmos del suelo. En cuanto cayó la primera bomba corrió hacia las grandes trincheras labradas en aquel erial al que lo habían destinado.
Apenas quedaban compañeros respirando, muchos habían caído al inicio del bombardeo, aunque él todavía seguía con vida. Sus miradas se cruzaron mientras los tiros y las explosiones continuaban en el exterior, aquellos ojos oscuros lo tranquilizaron un poco, aunque no lo suficiente como para dejar de preocuparse por su vida en aquél momento. Se acurrucó en la trinchera con el fusil en la mano esperando órdenes y cerró los ojos esperando que todo aquello no fuera mas que una pesadilla.
Recordó como comenzó todo. Se alistó mucho antes del comienzo de aquel enfrentamiento sin sentido, cuando no había ningún problema y podía dedicarse a algo que realmente se le daba bien: entrenar, curar a los heridos y salvar vidas. Fue una decisión precipitada que tomó cuando terminó la carrera de medicina, pero no le pareció peligrosa en aquel momento. Recordó el momento en el que llegó a la base que le asignaron, todos los ojos se posaron sobre él cuando entró con el petate en el cuartel, no era usual que médicos tan jóvenes se alistaran en las fuerzas armadas.
Para él todo era más complicado en aquel ambiente repleto de militares: hombres fornidos y de camisetas sudadas, entrenando día tras día para servir a su país. Todavía recordaba las veces que se duchaba a altas horas de la noche para no tener problemas con sus compañeros en aquellas duchas comunes. Las veces que procuraba desviar la mirada cuando veía a algún compañero de su agrado. Las ocasiones en las que se veía obligado a opinar sobre las mujeres despampanantes que le esperaban al final de su servicio... Pero aquello dejó de importarle a medida que pasaban las semanas en el campo de entrenamiento.
Siempre se sentaba solo a la hora de comer, ya que los pocos médicos con los que compartía cuartel estaban en alguna misión y no sentía demasiada confianza como para sentarse con los soldados. Un día como otro cualquiera uno de los soldados le pidió permiso para sentarse a su lado mientras estaba comiendo, levantó la vista del plato para verlo. Era uno de los soldados más apuestos que había visto en su vida, iba con vestido el uniforme verde, la ajustada camiseta verde hacía destacar sus pectorales definidos de tanto entrenamiento, sus grandes brazos y ojos oscuros estuvieron a punto de hacer que dejara caer la cuchara que sostenía entre los dedos. No puso pegas para que compartiera asiento con él, aquel soldado dejó la bandeja en la mesa y comenzó a comer.
Entre cucharada y cucharada conversaban sobre cosas banales: por qué estaba en el cuartel, a qué se dedicaba, que tenía intención de hacer al acabar la instrucción... lo típico. Contestó a todas sus preguntas tratando de no ponerse nervioso. Cuando terminaron de comer se despidió de su compañero de mesa, él se despidió con una gran sonrisa sin parar de mirarle a los ojos.
Salió del comedor y se dirigió al servicio, cerró la puerta tras de sí y se llevó las manos a la cabeza. Sentía un calor inusual en él, estaba sonrojado y notaba cómo su miembro se erguía vigoroso entre sus piernas, duro cual roca. Se refrescó y trató de tranquilizarse, no había tenido contacto con nadie desde que entro en aquél lugar, tenía ganas de hacerlo, pero no era habitual en él tal nivel de excitación. Aquella noche no pudo evitar masturbarse en soledad en la ducha mientras pensaba en su compañero de mesa.
Bombs fell down from the bombers overflying the area and went off as they crashed into the ground creating shock waves and huge explosions in the warzone. Grapeshot and blood were everywhere and anybody could stand of move without being shot. As soon as the first bomb went off he ran toward the large trenches dug in the ground of that wasteland he had been destined to.
There were barely a couple of fellow soldiers breathing. Many of them had fallen when the bombing started although he was still standing. Their eyes met each other while bullets were being shot and explosions could be heard everywhere. Those dark eyes calmed him down a little, not to the point of not worrying about his life though. He curled up in the trench with his rifle held in his hands waiting for new orders and closed his eyes hoping everything would vanish like a nightmare vanishes when you wake up.
He remembered how everything started. He enlisted way before that senseless war began, when everything was at peace and he could commit to what he could do best: train, heal the wounded and save lives. In a rash moment he made the choice of enlisting after graduating from Med School. He remembered the moment of arriving at the base he was destined to, all those eyes that were on him when he entered the quarters holding his kitbag. It was unusual that young doctors enlisted in the army.
It was hard to be around with all those soldiers: well-built and sweaty men, working out day after day to serve their country. He still remembered those times he took a shower late at night to avoid any confrontation with his mates in the shared showers, the many times he had to look away when he saw a fellow soldier he fancied or he was forced to talk about stunning women that would wait for him at the end of his shift. All that didn’t matter anymore as weeks passed by.
He always had lunch alone due to the rest of the doctors being away on a mission or didn’t feel confident enough to be with the soldiers. One random day one of the soldiers asked for permission to sit next to him to have lunch. He looked up to take a look who asked him that question. He was one of the handsomest soldiers he had ever seen. He was wearing a green uniform and the shirt was tight enough to show the shape of his brawny chest and his big arms.His dark eyes almost made him drop the spoon he had in his hand. He didn’t have any objection to let him sit there so the soldier placed his tray on the table.
They talked about banal things while having lunch: why he was in the quarter, what did he do for a living, what they had in mind after finishing the service, etc. He answered all the questions trying not to show nervousness. After lunch they shared goodbyes with a big smile. He couldn’t stop staring at his eyes.
He went out of the canteen and he headed for the loo. He closed the door after him and he touched his forehead. He was feeling an unusual heat, he was blushing and he felt his dick was rock hard. He cooled off and tried to calm down. He didn’t have any contact with anybody since he enlisted. He felt the urge of having that kind of human contact although it wasn’t common in him such excitement. That night he couldn’t help masturbating in the shower thinking of the handsomest soldier ever.
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